A cinco días escasos de las elecciones quinquenales al Parlamento Europeo se abre una perspectiva desconocida hasta ahora en Europa. La crisis que lastra nuestra economía y modo de vida y en especial la catastrófica gestión de la misma por parte de los órganos de gobierno europeo ha provocado un descontento generalizado en la ciudadanía, que se ha sentido muy especialmente relegada y despreciada por los que hubieran tenido que atenderla al representarla.
En la Europa del norte han proliferado y ganado fuerza partidos que promueven especialmente la xenofobia y fobia hacia la integración europea. Son euroescépticos y contrarios a las políticas de acogimiento migratorio, casi todos de extrema derecha.
En la Península Ibérica y por lo que a nosotros concierne, en España, por suerte nos estamos librando por el momento de esos populismos que incluso han arraigado en países del sur con tan poca razón como Grecia e Italia, ambos auxiliados por la Unión Europea si bien a cambio de sufrimiento sin cuento. Quizá por esto último hayan asomado. Pero ya los analistas en nuestro país han anunciado el camino imparable hacia la liquidación del bipartidismo. No sé si esta apreciación mía no será demasiado contundente, pero no cabe duda que hacia eso tiende.
Ese acaparamiento bipartidista de la vida política desde el mismo comienzo de nuestra democracia ha provocado despotismo, connivencia, y rechazo a escuchar las voces de los votantes, del pueblo, que se ha cansado finalmente. El sistema electoral y la misma estructura del Estado han propiciado que las decisiones hayan estado y estén en manos de los mismos año tras año, legislatura tras legislatura. Los aparatos de estos partidos deciden por todos y a fuerza de actuar desde el aislamiento se han aislado completamente de lo que a todos preocupa.
Ya el movimiento 15M empezó a hacer notar esta situación. La corrupción tan ampliamente extendida en el ámbito político y financiero ha acabado de abrir los ojos a muchos.
No en vano la campaña de los dos grandes partidos inciden especialmente en lo “inútil” del voto a formaciones minoritarias. Vótame a mí antes que a mi opositor, dicen, si quieres que esto mejore, pero sobre todo, no votes a los partidos pequeños, que lo único que hacen es restar votos y no producir utilidad, porque ya nos hemos ocupado los grandes de que no ocupen poder parlamentario.
Esto no es nuevo. Aún recuerdo que al principio de los tiempos de nuestro sufragio universal ya se nos decía que votáramos en clave de utilidad. El PSP de Galván era entonces una de las víctimas. El votante ha hecho caso siempre de esta campaña y ha intentado votar útilmente. Hasta que se ha enfrentado a la cruda realidad. ¿Y ahora, que compruebo la inutilidad de mi voto útil a quién voto yo?. Así ha empezado quizá a lanzarse al voto inútil que sin embargo se aproxima a su propia circunstancia. No sé si con el tiempo este representante con mi mismo aspecto y problemas se convertirá en el trajeado sonriente ahora, autoritario después, inaugurador de eventos y ocurrencias como los que ya conozco, pero me arriesgo. Siempre se puede rectificar.
Los grandes no hacen autocrítica; aquí no dimite nadie pase lo que pase y mal que les pese, los ciudadanos no se lanzan al desmadre violento como su victimismo quiere afirmar. Muy al contrario, son sus envidias y poderes los que lo provocan en todo caso. Como decía mi amigo Pirracas, “somos pobres pero humildes” (los ciudadanos)
Los sondeos dan varios inequívocos mensajes: alta abstención, descenso significativo de los partidos mayoritarios y aumento de los medianos, con entrada de algún pequeño. Estos quizá piensen que pudiera ser su momento. UCD llegó a lo más alto y cayó hasta desaparecer. Alianza Popular estuvo en mínimos hasta llegar al cénit convertido en PP.
No está de todas formas claro nada hasta ver lo que las urnas cantan el 25. Sólo que no apetece a muchos premiar la desidia, desinterés e incompetencia como si aquí no hubiese pasado nada.
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